Varias estadísticas han circulado recientemente acerca del discurso de más de nueve horas de Hugo Chávez con motivo de la presentación de sus Memorias y Cuentos. Que si se aludió a si mismo 586 veces, que si sólo habló del pasado y casi nada del futuro, que si dijo NO en más de
mil ocasiones y pare usted de contar. En sí, el discurso no aporta nada nuevo. Después de años de largas cadenas, y estos últimos días han sido una prueba de lo que viene, las memorias y los cuentos no pueden sino ser los mismos de siempre. Incluso en las mil y una historias que Sherezade le contó al rey Shahriar se observan patrones repetitivos, no obstante su vívida imaginación.
Ya en Chávez estos prolongados discursos son comunes y no es de extrañar que esté buscando que lo incluyan en el libro de record Guiness. Pero para ello aún le falta. En el 2004 un catalán, Lluis Colet, habló durante 124 horas sin parar, superando por 4 horas el record anterior. El propio mandatario ha hecho bromas con la duración de sus discursos y los ha recomendado como somnífero para los niños. No quiero pensar las pesadillas que tal práctica pueda generar en los pequeños; la LOPNA debería intervenir cuando se sepa de casos al respecto. Se dice que esta práctica la aprendió de su padre y mentor Fidel Castro, pero una vez más el lacayo, perdón el alumno, superó al maestro.
Esto de hablar tan largo es equivalente a los inmensos y costosos carteles que vemos a lo largo de las vías anunciado obras que, de no ser por los carteles (y a veces aun con ellos), no se notarían. Y se pregunta uno ¿quién gobierna mientras se habla tantos disparates? ¿Habrá alguien calculado los costos de estos discursos en términos de horas/hombre?
Pero mas allá de asombrarnos por la habilidad de hablar durante tanto tiempo sin tener nada que decir, pues nada se ha hecho, la gran pregunta que este discurso ha generado en los venezolanos, rojos y no rojos al juzgar por lo que he escuchado, es ¿cómo? Si, ¿Cómo hace para aguantar sus necesidades por 9 horas, 28 minutos?
Para los que creen que Chávez es un superhombre, todopoderoso, la respuesta que le debe venir a la mente es que un Dios no tiene tales debilidades. Otros, fanáticos moderados, pensarán que su líder tiene un autocontrol ejemplar. Y los menos, pensarán que el tipo se prepara con anticipación. Pero estas tesis se caen por sí solas: no puede haber preparación con anticipación (digamos dietas) cuando los discursos son prácticamente el pan de cada día. Eso puede hacerse cuando son casos eventuales. Así que nos queda lo del Dios y el autocontrol, ambas poco probables. La del Dios es simple: Chávez no crea sino que destruye. Claro en el Olimpo había también dioses caprichosos. De ser un dios, vendria de allí. Pero ya se sabe que nació en Sabaneta y sin duda su perfil no tiene nada de griego.
La tesis del autocontrol podría cobrar más fuerza, sobre todo a la luz del afán que Chávez ha demostrado de controlarlo todo. Sin embargo el detalle está en que ya los propios ministros y demás miembros de la audiencia parecen haber aprendido a controlarse también. Y no creo que los chavistas piensen en ellos como superhombres (aunque deben serlo al juzgar por la facilidad con que asumen un ministerio tras otro, en ramas tan distintas como, por ejemplo, educación y electricidad). Es natural que los ministros hayan aprendido a autocontrolarse, antes que hacer públicas sus necesidades al tener que admitir, en cadena nacional, que necesitan ir al baño, lo cual solía ocurrir cuando Chávez los veía levantarse y les preguntaba adónde iban. Supongo que la cantidad que les pagan alcanza para adormecer sus sentidos y olvidarse de las necesidades inmediatas, ante el pensamiento del disfrute futuro.
Si es cierto que Chávez tiene problemas de próstata, este autocontrol puede ser una de las causas. Sin embargo, mi respuesta a tal dilema ha sido siempre la de los pañales. No olvidemos que hasta hace poco había escasez de tales rubros, lo cual puede ser una consecuencia de la adopción de este bien como instrumento para “hacer política”.
Pero no han de ser pañales comunes. Tal vez recuerden el famoso caso de Lisa Marie Nowak, la astronauta de 43 años que en febrero del 2007, en un arrebato de celos, aparentemente intentó asesinar a su rival en un triangulo amoroso, para lo cual condujo su automóvil de manera continua por más de 1500 kilómetros (al menos 13 horas), desde Houston (Texas) hasta Orlando (Florida) llevando puesto un pañal especial, a fin de no detenerse a lo largo del camino para ir al sanitario.
Además de los pañales, el otro posible elemento en común entre el discurso del dictador y la locura de la astronauta es, sin duda, el odio: y es el odio también mueve montañas, y puede que inhiba necesidades.