Entre tantas carestías que padecemos actualmente los venezolanos, debemos agregar una más: el tiempo. Aunque a más de uno nos sobra mes al final de sueldo, el tiempo tampoco nos alcanza.
¿Y cómo medir el valor del tiempo? El sistema de asignación de precios que rige los mercados, es básico para poder determinar el valor monetario de los bienes y servicios ofrecidos. No confundamos precio con valor, concepto mucho más complejo. Pero podemos pensar en el segundo como una materialización del primero. Los economistas se las han ingeniado para asignar un precio incluso a aquellos bienes que carecen de mercado como lo
son ríos, paisajes, etc., o la vida de las personas. Claro que de esto último los sicarios saben más que nadie y la inseguridad en la que vivimos en Venezuela nos hace creer que ya la vida humana no vale para nada.
La teoría del valor-trabajo de Adam Smith asume que el trabajo es la unidad de medida del valor de las cosas y, por ende, el precio de un bien depende de las horas de trabajo requeridas para producirlo. Incluso Marx consideraba que el valor de la mercancía debía medirse con base en el trabajo que involucra, aunque desde el punto de vista de las relaciones sociales de producción. Por supuesto que existen otros factores que determinan los costos y, por ende, el precio de un bien o servicio, pero definitivamente el trabajo es uno de los más importantes. Y el precio de una hora de trabajo es fácil de calcular, con base en el salario que devenga el trabajador.
Con estas ideas en mente, pongámosle precio a todo el recurso humano que a diario se pierde en nuestro país. De nuevo, no hablo de las vidas, generalmente jóvenes, que se pierden a manos del hampa. No porque no tengan precio, que si lo pueden tener, sino porque son invaluables. Me refiero, por ejemplo, a:
a) Las horas que pasan los sumisos ciudadanos para comprar un pollo, un tubo de pasta de dental, un rollo de papel higiénico, una bolsa de leche… Y no todo en una misma cola. Porque en los Mercales y en los Bicentenarios, hay cola cuando hay algo que comprar. Ese tiempo es un valioso recurso perdido, por cuya pérdida no sólo no es compensado el ciudadano, sino que además se le hace creer que debe algún tipo de agradecimiento o, cuando menos, no debe manifestar su descontento sonando la cacerola que, de común, se mantiene vacía.
Digamos que no trabajan, al igual que no lo hace un subestimado 9% de la población económicamente activa; digamos que trabaja en el sector informal, como lo hace un 45% de la población económicamente activa. Igual constituye una pérdida de recurso que podría emplearse en producir algo para nuestra desabastecida economía. A ello debemos agregar el tiempo que perdemos yendo de un lado a otro en busca de productos de primera necesidad, moviéndonos a través de los estacionamientos en que se han convertido nuestras calles y avenidas, pues ni se han construido nuevas, ni se han mantenido las existentes.
b)Las horas de trabajo que los empleados públicos, por propia voluntad o por imposición, dedicaron a hacerle campaña a Maduro (antes a Chavez) o a rendirle tributo a Chávez. No dejaron pendientes actas que asentar, permisos que otorgar, solicitudes que estudiar, etc, etc? ¿Quién le repone al país el tiempo perdido por ese trabajo no cumplido? Y no estoy hablando de la violación de la Constitución que dicho proceder implica. Si querían hacer campaña, ¿no debieron hacerlo en sus ratos libres?
c) ¿Quién compensará a nuestros hijos y nietos por el tiempo de clases perdido gracias a los continuos procesos electorales? Antes, las elecciones apenas si significan una suspensión de actividades de uno o dos días; ahora se requiere al menos una semana. Siendo que el precio de la hora de trabajo depende de la calidad de la misma, y ésta, a su vez, es función del capital humano, estas suspensiones implican una pérdida a futuro. ¿O será que un pueblo ignorante es más fácil de controlar?
d) Las horas de trabajo de los ministros, diputados y demás personeros del gobierno, incluido el presidente. Cierto es que Chávez hablaba por horas y horas. Pero después de todo, entre arañas y cafés, esa era su forma de girar instrucciones en cuanto a lo que cada ministro debía hacer y cada diputado debía decir. Cierto que era una gran pérdida de tiempo pues, durante esas horas, cada uno dejaba de cumplir con su trabajo. Pero, ¿qué podemos decir del nuevo gobierno que al saberse no apoyado por la mayoría y carente de la fuerza de su líder, recurre a repetitivas cadenas diarias, no para informar sino para amenazar? Será por tantas cadenas, de antes y de ahora, que los ministerios no conocen la situación de los servicios que deben atender y por ende no los atienden? ¿Será por tanta cadena que nos hemos convertido en un país importador de todo, hasta de gasolina, de cuya producción antes hacíamos alarde? ¿Quién gobierna este país si todos están permanentemente en cadenas?. Ahh!!, perdón, retiro lo dicho. Ya sé, ya se. El que gobierna este país no vive en él, ni es ciudadano venezolano. Vive en una isla en el Caribe, en la que no importa si se pierde tiempo o no, el dinero llegará igual a cambio de instrucciones.
En todo caso, se entiende que el precio del tiempo que gastan nuestros políticos en las cadenas se puede calcular. El sonido de las cacerolas cada vez que Maduro interrumpe una rueda de prensa de Capriles…no tiene precio.