La necesidad de hacer espacio para dar cabida a tanta patria que el gobierno rojo ha generado en estos últimos años, ha obligado a muchos venezolanos a emigrar a
otros países. Colombia es un destino apetecido por sus bondades económicas y
proximidad geográfica.
Uno de los aprendizajes que se logran con el
frecuente ir y venir a través de la frontera, es el entender en toda su magnitud
el importante papel que los guardianes de la patria juegan en el contrabando.
No, no dije en la prevención del contrabando. EN el contrabando.
Este fenómeno, para nada nuevo, se ha visto
potenciado gracias a la fortaleza que las políticas monetarias han conferido al
bolívar. ¿Se han fijado que ya ni el gobierno utiliza el calificativo “fuerte”
para referirse a nuestro signo monetario? Y eso que en materia de cinismo son
campeones!!!
A diferencia de otros países, y del nuestro en
la cuarta, el control aduanero en Venezuela se hace a la salida, no a la
entrada, de allí que todo aquel que entre al territorio nacional por vía
terrestre no deberá asombrarse si
consigue paso libre en cuanta alcabala haya en el camino. Y es
que el nuestro es un problema de contrabando de extracción, por lo que la
guardia y afines deben tener sus ojos atentos sobre el que sale, no el que
entra. Y los frutos de ese esfuerzo se logran ver en las mesas instaladas en
esos puestos de vigilancia: una botella de aceite que algún inocente quiso
llevar, dos o tres paquetes de harina pan, una que otra bolsa de arroz o pasta,
algo de jabón de lavar, jabón de baño, alguna afeitadora, y un frasco de
champú. Nada que no pueda formar parte de un mercadito que algún incauto viajero
intentó llevarse al vecino país. Porque es cierto: en Colombia se vende todo lo
que Venezuela “produce” a través de sus
puertos.
Este patético escenario se repite en los
innumerables puestos de vigilancia que surgen como hongos a lo largo de la vía.
Puestos de control tan estrictos, que incluso es posible encontrar en algunos
de ellos algún guardia sentado detrás de una ametralladora cargada apuntando,
no al cielo, sino a quienes en la cola de vehículos aguardan por la aburrida
señal que les permita continuar su marcha o la indicación de pararse en la
orilla para una “revisión“ mas completa.
Y mientras uno mira las cosas del lado de acá de la ametralladora piensa
en cómo eso puede beneficiar el turismo del que tanto se jacta Izarra, puesto
que los que entran, también tendrán que salir y, cuando lo hagan, decidirían si
volverán a vacacionar en el país del “no
hay”.
La guardia está atenta a que nadie saque de las
fronteras de Venezuela ni un grano de arroz. No, a menos que pague. De allí la proliferación
de puntos de control, para lograr una
distribución mas equitativa de las ganancias del contrabando. Preste atención
el viajero al hecho de que algunos conductores parecen tener mucha familiaridad
con TODOS los guardias, en TODOS los puestos, familiaridad ésta que se hace
evidente cuando el conductor saca la mano para dársela al guardia, o viceversa.
Después de cada saludo, el guardia queda siempre tan conmovido que no logra abrir la mano,
hasta que disimuladamente la mete en su bolsillo, con lo que queda libre para
seguir saludando a otros conductores, identificados ya como “exportadores” de
mercancías y gasolina. A veces el guardia es tan amable que él mismo abre la
puerta del vehículo para “saludar” a su conductor, especialmente en el caso de
camiones 350 completamente cerrados y con vidrios oscuros. En otros casos, el afán
de estos agentes exportadores es tal, que llaman a gritos al guardia agitando algunos
billetes en la mano para “saludarle”, en caso de que el susodicho se encuentre
ocupado o distraído. Y es que, repito, en materia de cinismo llevamos la
batuta. Este fatigoso trabajo no conoce fines de semana ni feriados. Se lleva a
cabo 24 horas al día, 375 días al año, respondiendo siempre al lema que reza
“Trabajo, trabajo y más trabajo”.
Este trabajo de “bachaco” se aúna al realizado
a niveles superiores por los jefes de estos vigilantes del bienestar de la patria,
que llevan a cabo actividades de este tipo, a gran escala. Y es que no hay
mayor muestra de democracia que dejar espacio para que todos roben por igual.
Definitivamente, el honor no parece ser ya su única “divi$a” .