lunes, 7 de diciembre de 2015

ENTRANDO DE NUEVO AL SIGLO XXI

Durante 17 años, las políticas implementadas por el eterno, antes, y por Maduro, posteriormente,  condujeron al país hacia un destino oscuro, marcado por el atraso, por la cotidiana lucha por la supervivencia, antes que la construcción de un futuro. ¿Cómo construir un futuro, si no se sabe si habrá uno? Cada vez más veía a mi país como la Corea de la que escapó Shin Dong-hyuk  y que se describe en Escape from camp 14: todos hambrientos, concentrados sólo en buscar alimento, a costa de lo que sea.  

Chavéz arribó al gobierno a las puertas del siglo XXI y llegó a tener todo el poder y el dinero como para efectivamente llevar a Venezuela a  ser un país acorde con el siglo, tal como lo habíamos sido antes, a pesar de los problemas.  Pero el odio y la incapacidad hicieron que esos recursos terminaran depositados en cuentas de individuos que hacían con sus actos lo contrario de lo que predicaban; personas que llegaron a acumular fortunas tan grandes que no tendrán vida suficiente para gastarla (si no se les logra incautar) y a quienes no les importó ver morir al país; verlo desangrases en sus calles, con tanta violencia; verlo desangrarse en sus aeropuertos y fronteras, al dejar partir gente capaz y jóvenes soñadores;  verlo morir en los hospitales, por falta de medicamentos; verlo desgastarse en las colas por comida; verlo derrumbarse con tanto tiempo no dedicado a la producción, sino a la mendicidad necesaria para poder sobrevivir en un país cuya inflación nadie conoce en cifras, pero todos palpan a diario. Y así, nos vimos de nuevo en el siglo XX, más específicamente a mediados del siglo XX, en los años en que nacieron los que hasta allí nos condujeron.

Cualquier presidente medianamente inteligente habría visto, en los resultados de las elecciones de ayer, el clamor del pueblo por cambiar el rumbo. Maduro habría pasado a la historia como un presidente capaz de rectificar, de haber tenido un discurso conciliador, reconociendo que entendía el mensaje que se le estaba dando y que esperaba poder trabajar con la nueva asamblea para  reconducir al país hacia la potencia que podría haber sido. Podía incluso haber adobado estas palabras con alguna tontería acerca de los ideales de Chávez, bla bla bla, para darle gusto a los que deben llevar de por vida una absurda firma tatuada en la piel. Pero no se le puede pedir peras al olmo. Las palabras de Maduro ayer fueron una perfecta descripción de su propia campaña en la que, por cierto, él como presidente, no debió nunca participar.

Según Maduro, habría ganado la guerra económica, pues la gente se dejó llevar por las promesas engañosas y las amenazas ejercidas desde la oposición. No supo reconocer que esas estrategias, aplicadas con todo descaro por él mismo y quienes le acompañan, no funcionan ya en un país cansado. Su prepotencia e incapacidad no le permitieron reconocer que la gente entiende que no hay tal guerra económica; que las encuestas culpan al gobierno de la situación actual; que la cola no es sabrosa como descaradamente decía una que no merece la pena nombrar; que la magnitud de la diferencia entre el nivel de vida que ellos ostentan y el que imponen es abismal; que la inclusión no significa hacer un discurso el doble de largo sólo para expresar todos los sujetos en masculino y femenino; que no queda familia, incluyéndolos, que no haya sido alcanzada por el hampa, aunque en el caso de ellos, la oveja negra sea roja y se “espolvoree” con polvo blanco.

Esta victoria no implica que ya todo se resolvió. Pero si es señal del inicio de un nuevo país. Todo dependerá de qué tan dispuestos estén del lado del gobierno a rectificar y a escuchar (difícil), y que tan capaz sea la oposición de seguir unida y de aprovechar esta oportunidad. Pero hay cosas que me llenan de enorme satisfacción y que estoy convencida las podemos dar por seguras ya. La primera, en las próximas elecciones, de lo que sea que sean, el gobierno ya no tendrá el ventajismo descarado que ha venido exhibiendo hasta ahora. Ya no habrá una asamblea complaciente que le permita usar todos los medios y recursos del Estado para tales fines. La segunda, y la mejor, es que ya no tendremos a un cavernícola con mazo en la presidencia de la asamblea. Seguirá allá, pero desde abajo, acatando las normas que él, tan tiránica y cínicamente ha aplicado a los opositores.

Con un retraso de 16 años,  volveremos a entrar en el siglo XXI. Tal vez no con todos los recursos con que pudimos haberlo hecho en su momento. Probablemente tenemos menos de lo que creemos, dada la magnitud de la rapiña. Pero con mucho menos se construyó la IV república. Esperemos entonces construir la VI. Se rompe el refrán: si hay V mala!!!.

viernes, 16 de octubre de 2015

MANUAL DE LA FRONTERA O DE LA CONSTRUCCION DE UNA ISLA EN PLENO CONTINENTE

Aprovechando el puente del 12 de octubre, viajé por tierra desde Colombia a Venezuela, vía San Antonio por el puente internacional Simón Bolívar. Es actualmente la única vía “no verde” que permanece abierta desde Cúcuta. Por aire ni pensarlo; ninguna línea aérea presta servicios en esta ruta. Varias trochas están disponibles, custodiadas por la guardia. Están a la vista y siguen tan activas como siempre, pues los que ostenta el poder actualmente en nuestro país hace tiempo dejaron de lado el refrán que dice que “sólo en la oscuridad trabaja el crimen”.  

Les resumo los pasos a seguir  por los que pretenden emprender el mismo viaje. La recomendación: no lleven mucha dignidad. Les pesará mucho e infaliblemente tendrán que dejarla en el camino. Veamos…

Entrando a Venezuela o volver al pasado:
1)      El primer paso consiste en sellar la salida ante las autoridades colombianas, a cualquier hora, cualquier día y con buen trato.
2)      Una vez que la policía colombiana me revisa cédula y pasaporte en el extremo colombiano del puente, procedo a caminar hasta el centro del mismo, hasta llegar a un toldo con unos siete miembros de la guardia nacional bolivariana (no se merecen las mayúsculas)  y dos o tres de aduanas. Allí revisan que el viajero cumpla las condiciones necesarias para entrar al país, las cuales se resumen en “no ser colombiano”.
3)      En ese punto se aguarda en una cola cuyo único propósito es abordar un autobús para recorrer los cuarenta metros de distancia que hay desde allí, hasta el inicio del puente en el lado venezolano. El trayecto se hace en retroceso, a fin de que quede claro que estamos yendo hacia atrás, que estamos entrando en un país en decadencia. Se hace además de manera trabajosa, por cuanto el viajero debe subir y bajar sus maletas. Sería demasiado fácil permitirle arrastrarlas por el puente.
4)      El siguiente paso es la máquina de rayos X. La muy corta banda transportadora está ubicada a una altura de al menos 1,20 metros, de modo que de nuevo hay que cargar con las maletas. No es posible esperar ayuda: hay que castigar al que entra por su osadía. Del otro lado, el equipaje sale a la misma altura. Si se tiene suerte, son frecuentes los afortunados, un guardia lo revisa. La pobreza del país se refleja en este paso: el guardia comienza a oler cada caja o bolsa que lleva el viajero. Es impensable utilizar un perro de cuatro patas para que olfatee las maletas que pasan por la frontera del país que acusamos de narcotraficante. Después de todo, en Venezuela no hay cómo alimentarlo, pues no se consigue perrarina. Por eso colocan un perro de dos patas: ese se resuelve solo.
5)      El último paso del proceso implica llegar a la oficina de migración (Saime). La maleta siempre a cuestas, las vías están cerradas. Es probable que no haya servicio eléctrico. Si al cabo de una hora éste no se restablece, es posible que sellen los pasaportes a los que entran al país. Es posible. Todo depende de… no sé.  Los que salen no tienen tanta suerte: deben esperar hasta cinco horas a que llegue la luz, en castigo por querer abandonar el paraíso.

 De allí en adelante ya uno sabe que entró a su país y lo que le espera. ¿La salida será igual de acogedora? No, es peor.

Saliendo de Venezuela o volver al futuro:
1)      El trámite comienza en el Saime. No llegue temprano, total, abren a las 8, con calmita, Ahh… los días feriados no trabajan. Un hombre de cuerpo tan retorcido como el trabajo que desempeña grita continuamente que el que no tenga un pasaje aéreo no pierda tiempo en la cola pues “NO SALE”. Se le aconseja a todos dirigirse a una agencia de viajes a comprar un boleto a algún lugar si quiere salir. Yo, ya habiendo hablado a la salida con el que sella, sabía que con carta de trabajo y visa no hay “problema”. De aquí en adelante es cuando la dignidad comienza a perderse de manera acelerada.
2)      Me dirijo a la calle principal de San Antonio y hago fila por un redil improvisado de hierro. Al sol, claro está. No pierda tiempo estimando tiempos, prepárese para una larga espera. Disfrute la cola sabrosa, diría la Farías. La cola avanza a medida que dos mujeres guardias nacionales le gritan que se forme, que si no tiene pasaje no sale (¿será que tienen un negocio con eso?), que si no hace la cola (de horas) no le atienden las preguntas.  Es en esa cola cuando se siente el zoocialismo de lleno: allí están por igual mujeres embarazadas, hombres en muletas, ancianos, jóvenes, niños, sanos y enfermos,...
3)      Cuando me toca el turno, me revisan el pasaporte poniendo en duda el documento y siendo incapaces de leer que la visa de trabajo dice, explícitamente, que se trata de una visa de trabajo (llevan 50+ días haciendo lo mismo y aún no lo entienden). Delincuentes tratando como delincuentes a los ciudadanos honestos. Finalmente me dejan pasar. Se trata sólo de una estrategia para que no olvide quién tiene el poder. No pretenda salir por el lado abierto del redil: hay que pasar las maletas por encima de éste, usted verá si le pesan mucho.
4)      La siguiente cola se hace un poco más delante, del lado izquierdo de la misma vía, junto a la isla. Está prohibido que alguien se acerque al grupo, so pena de ser amenazado con tres días de detención. Al menos eso grita el guardia, convencido de estar protegiéndonos. ¿O será sólo cinismo aprendido de Miraflores?  El propósito de esta cola es incierto. Creo que es solo para acumular un número suficiente de personas a fin de hacer más engorroso el próximo paso.
5)      A la orden de otro guardia, comenzamos a caminar moviéndonos de nuevo hacia el lado derecho de la vía, para entrar por otro redil que nos lleva de nuevo a la máquina de rayos X, la cual está del lado izquierdo de la vía. Así vamos, zigzagueando como las erráticas políticas del gobierno. De allí, nos dirigimos a otra cola más, por supuesto, por otro redil.
6)      La penúltima cola es doble: de un lado están los que tenemos visa de trabajo o estudio, o casos médicos. Del otro lado no se quienes están. Un guardia, celular en mano, le va leyendo al que está del otro lado de la línea el número de cédula de cada hombre en la fila. Supongo busca antecedentes. Al  frente, sobre una mesa se revisa todo el equipaje de cada viajero.
7)      De las dos colas anteriores van saliendo las personas a formarse en una cola única. La última!! De allí nos van montando en el autobús que, de 50 en 50, nos lleva hacia la mitad del puente. Esta vez el viaje es hacia adelante, como el país hacia el que nos dirigimos.
Seguramente, al terminar de cruzar el puente tome un taxi que lo lleve al terminal. En el camino podrá ver  innumerables expendios ilegales de gasolina venezolana (ya hora también colombiana),  ubicados a los lados de calles y avenidas. Igualmente, podrá  comprar productos venezolanos en  cualquier abasto o bodega de la ciudad. ¿Desabastecimiento? Esa palabra no existe en Cúcuta,  y no existirá mientras los delincuentes verdes que cobran peaje en las trochas y debajo el puente, sigan controlando a los ciudadanos honestos que caminan por encima de éste. 


Definitivamente, la frontera debe ser el botín que el gobierno revolucionario le otorgó a la guardia, a cambio de su silencio por el tráfico de otros productos bajo “los soles”.