Aprovechando el puente del 12 de
octubre, viajé por tierra desde Colombia a Venezuela, vía San Antonio por el
puente internacional Simón Bolívar. Es actualmente la única vía “no verde” que
permanece abierta desde Cúcuta. Por aire ni pensarlo; ninguna línea aérea
presta servicios en esta ruta. Varias trochas están disponibles, custodiadas
por la guardia. Están a la vista y siguen tan activas como siempre, pues los
que ostenta el poder actualmente en nuestro país hace tiempo dejaron de lado el
refrán que dice que “sólo en la oscuridad trabaja el crimen”.
Les resumo los pasos a seguir por los que pretenden emprender el mismo
viaje. La recomendación: no lleven mucha dignidad. Les pesará mucho e infaliblemente
tendrán que dejarla en el camino. Veamos…
Entrando a Venezuela o volver al
pasado:
1)
El primer paso consiste en sellar la salida ante
las autoridades colombianas, a cualquier hora, cualquier día y con buen trato.
2)
Una vez que la policía colombiana me revisa
cédula y pasaporte en el extremo colombiano del puente, procedo a caminar hasta
el centro del mismo, hasta llegar a un toldo con unos siete miembros de la guardia
nacional bolivariana (no se merecen las mayúsculas) y dos o tres de aduanas. Allí revisan que el
viajero cumpla las condiciones necesarias para entrar al país, las cuales se
resumen en “no ser colombiano”.
3)
En ese punto se aguarda en una cola cuyo único
propósito es abordar un autobús para recorrer los cuarenta metros de distancia que
hay desde allí, hasta el inicio del puente en el lado venezolano. El trayecto
se hace en retroceso, a fin de que quede claro que estamos yendo hacia atrás,
que estamos entrando en un país en decadencia. Se hace además de manera
trabajosa, por cuanto el viajero debe subir y bajar sus maletas. Sería
demasiado fácil permitirle arrastrarlas por el puente.
4)
El siguiente paso es la máquina de rayos X. La muy corta banda transportadora está
ubicada a una altura de al menos 1,20 metros, de modo que de nuevo hay que
cargar con las maletas. No es posible esperar ayuda: hay que castigar al que
entra por su osadía. Del otro lado, el equipaje sale a la misma altura. Si se
tiene suerte, son frecuentes los afortunados, un guardia lo revisa. La pobreza
del país se refleja en este paso: el guardia comienza a oler cada caja o bolsa
que lleva el viajero. Es impensable utilizar un perro de cuatro patas para que olfatee
las maletas que pasan por la frontera del país que acusamos de narcotraficante.
Después de todo, en Venezuela no hay cómo alimentarlo, pues no se consigue
perrarina. Por eso colocan un perro de dos patas: ese se resuelve solo.
5)
El último
paso del proceso implica llegar a la oficina de migración (Saime). La maleta siempre
a cuestas, las vías están cerradas. Es probable que no haya servicio eléctrico.
Si al cabo de una hora éste no se restablece, es posible que sellen los
pasaportes a los que entran al país. Es posible. Todo depende de… no sé. Los que salen no tienen tanta suerte: deben
esperar hasta cinco horas a que llegue la luz, en castigo por querer abandonar
el paraíso.
De allí en adelante ya uno sabe que entró a su
país y lo que le espera. ¿La salida será igual de acogedora? No, es peor.
Saliendo de Venezuela o volver al
futuro:
1)
El trámite comienza en el Saime. No llegue
temprano, total, abren a las 8, con calmita, Ahh… los días feriados no
trabajan. Un hombre de cuerpo tan retorcido como el trabajo que desempeña grita
continuamente que el que no tenga un pasaje aéreo no pierda tiempo en la cola
pues “NO SALE”. Se le aconseja a todos dirigirse a una agencia de viajes a
comprar un boleto a algún lugar si quiere salir. Yo, ya habiendo hablado a la
salida con el que sella, sabía que con carta de trabajo y visa no hay “problema”.
De aquí en adelante es cuando la dignidad comienza a perderse de manera
acelerada.
2)
Me dirijo a la calle principal de San Antonio y
hago fila por un redil improvisado de hierro. Al sol, claro está. No pierda
tiempo estimando tiempos, prepárese para una larga espera. Disfrute la cola
sabrosa, diría la Farías. La cola avanza a medida que dos mujeres guardias
nacionales le gritan que se forme, que si no tiene pasaje no sale (¿será que
tienen un negocio con eso?), que si no hace la cola (de horas) no le atienden
las preguntas. Es en esa cola cuando se siente
el zoocialismo de lleno: allí están por igual mujeres embarazadas, hombres en
muletas, ancianos, jóvenes, niños, sanos y enfermos,...
3)
Cuando me toca el turno, me revisan el pasaporte
poniendo en duda el documento y siendo incapaces de leer que la visa de trabajo
dice, explícitamente, que se trata de una visa de trabajo (llevan 50+ días
haciendo lo mismo y aún no lo entienden). Delincuentes tratando como
delincuentes a los ciudadanos honestos. Finalmente me dejan pasar. Se trata
sólo de una estrategia para que no olvide quién tiene el poder. No pretenda
salir por el lado abierto del redil: hay que pasar las maletas por encima de
éste, usted verá si le pesan mucho.
4)
La siguiente cola se hace un poco más delante,
del lado izquierdo de la misma vía, junto a la isla. Está prohibido que alguien
se acerque al grupo, so pena de ser amenazado con tres días de detención. Al
menos eso grita el guardia, convencido de estar protegiéndonos. ¿O será sólo
cinismo aprendido de Miraflores? El
propósito de esta cola es incierto. Creo que es solo para acumular un número
suficiente de personas a fin de hacer más engorroso el próximo paso.
5)
A la orden de otro guardia, comenzamos a caminar
moviéndonos de nuevo hacia el lado derecho de la vía, para entrar por otro
redil que nos lleva de nuevo a la máquina de rayos X, la cual está del lado
izquierdo de la vía. Así vamos, zigzagueando como las erráticas políticas del
gobierno. De allí, nos dirigimos a otra cola más, por supuesto, por otro redil.
6)
La penúltima cola es doble: de un lado están los
que tenemos visa de trabajo o estudio, o casos médicos. Del otro lado no se
quienes están. Un guardia, celular en mano, le va leyendo al que está del otro
lado de la línea el número de cédula de cada hombre en la fila. Supongo busca
antecedentes. Al frente, sobre una mesa se
revisa todo el equipaje de cada viajero.
7)
De las dos colas anteriores van saliendo las
personas a formarse en una cola única. La última!! De allí nos van montando en
el autobús que, de 50 en 50, nos lleva hacia la mitad del puente. Esta vez el
viaje es hacia adelante, como el país hacia el que nos dirigimos.
Seguramente, al terminar de cruzar el puente tome un
taxi que lo lleve al terminal. En el camino podrá ver innumerables expendios ilegales de gasolina
venezolana (ya hora también colombiana), ubicados a los lados de calles y avenidas.
Igualmente, podrá comprar productos
venezolanos en cualquier abasto o bodega
de la ciudad. ¿Desabastecimiento? Esa palabra no existe en Cúcuta, y no existirá mientras los delincuentes verdes
que cobran peaje en las trochas y debajo el puente, sigan controlando a los
ciudadanos honestos que caminan por encima de éste.
Definitivamente, la frontera debe ser el botín que el gobierno
revolucionario le otorgó a la guardia, a cambio de su silencio por el tráfico
de otros productos bajo “los soles”.